lunes, septiembre 25, 2006

Vida de perros

Ya me acostumbré con resignación a ver en la ciudad perros condenados a vivir perpetuamente en terrazas o patios de cemento de mínimas dimensiones, sin embargo no dejo de asombrarme ante los extremos a los que puede llegar esa crueldad. El otro día viajaba en un colectivo que no suelo tomar y vi en una casa la siguiente escena: Una entrada para autos; en la línea de edificación una alta reja y partiendo de ahí mismo una brusca pendiente; allá, exactamente donde ésta terminaba, el portón del garage y en su parte inferior algo que pude reconocer como un gran perro (supongo que cualquier intento de echarse en otro sitio terminaría haciéndolo deslizar o rodar hasta allí). Cuando uno consigue dominar la bronca ante las prisiones pequeñas y sórdidas en las que hacen vivir a nuestros "mejores amigos" aparecen este tipo de perversas variaciones dignas de El pozo y el péndulo, como convertir en un plano inclinado el piso de la celda a la que los destinan de por vida, y el ánimo vuelve a sublevarse.

Esto me recordó un viejo soneto, que todavía no había subido al blog, inspirado por tantos y tantos perros encarcelados que simbolizan tan bien a la sociedad que los encierra.

En mi barrio hay un perro encarcelado
que le contesta a todas las sirenas
y alucinando brillantes lunas llenas
le aúlla a los faroles de alumbrado,

otro perro que pasea con correa
siempre se burla de cómo le patina
muy conforme con su vuelta hasta la esquina
y los pocos arbolitos donde mea

pero él sigue en un mundo imaginario
donde el viento trae auténticos mensajes
y las lunas no cuelgan de los caños.

¿Y vos qué realidad vivís a diario:
tenés sueños excitantes y salvajes
o solamente molestás a los extraños?

viernes, septiembre 22, 2006

Un capo

Ayer fue el día de la primavera, el día del estudiante y también el día del gremio de la sanidad (por lo que disfruté de un merecido descanso) pero además se puede apuntar otra efeméride: el 21 de septiembre, hace 140 años, nació H. G. Wells.

Dejando de lado una importante obra posterior quiero referirme a sus cuatro primeras novelas, publicadas en años consecutivos. En 1895 aparece The Time Machine, precursora de infinidad de relatos en los que el viaje en el tiempo sirve de excusa para desarrollar oscuras anti-utopías. Al año siguiente The Island of Dr. Moreau trata el tema de la manipulación genética y sus aspectos éticos. Luego, en The Invisible Man, escribe sobre un científico que experimenta consigo mismo y su historia se parece a la de los torturados protagonistas de las últimas remakes de superhéroes. Finalmente, en 1898 se publica The War of the Worlds. Sería difícil encontrar, durante los cien años siguientes, algún libro del género mal llamado ciencia-ficción que no sea una variación, una combinación o un replanteo de esos cuatro temas. Corriendo el riesgo de exagerar: un siglo de literatura fantástica condensado anticipadamente en sólo cuatro años.

Recordaba con simpatía mi primer acercamiento a Wells, hace ya demasiado tiempo, a través de un cuento breve en una antología de distintos autores. Diversas mudanzas y otros avatares de la vida me separaron hace mucho de aquel volumen pero una repentina nostalgia, unos días atrás, me hizo buscar ese relato en internet. Más allá de ciertos errores y rarezas en la traducción (como "¡Vete al Hades!" por "Go to Hell!") volví a disfrutarlo tanto como en aquella lejana juventud. Es éste.

domingo, septiembre 03, 2006

Justicia y otras utopías

No puede haber sido casual que la fecha elegida por el grupo de Blumberg para elevar su petitorio de mayores penas y mayores márgenes de imputabilidad coincidiera con la programada para la presentación ante el Ministerio de Justicia del proyecto de reforma del código penal que prevé todo lo contrario, por ejemplo la despenalización del aborto durante los primeros meses de gestación o de la tenencia de drogas para consumo personal. Más allá de esos detalles también apunta a conseguir una escala más coherente de las penas ya que, según leí con asombro, hoy en día algunos delitos contra la propiedad son castigados más severamente que ciertos homicidios.

Por supuesto hasta el más superficial análisis demuestra que mi asombro es injustificado. En la sociedad en que vivimos es lógico que la unidad de medida de la justicia sea la propiedad, perfectamente mensurable en términos económicos, y no la vida; más bien los atentados contra la vida o la integridad de las personas se miden de acuerdo a las posesiones de éstas y la vida de quien nada posee nada vale. El siguiente paso de mi imaginación fue plantear la situación inversa: si la unidad de medida fuera la vida, hipótesis que en teoría nadie se atrevería a refutar, los delitos contra la propiedad deberían juzgarse según la incidencia que éstos tuvieran sobre el patrimonio de la víctima. Así, el robo de una vieja bicicleta a quien sólo posee ese bien y lo utiliza diariamente para ir a trabajar sería castigado con una pena mucho más severa que el robo de un auto deportivo o una 4x4 a quien tiene cinco o seis de esas máquinas en su inmenso garage.

Obviamente entiendo que la aplicación de estas leyes se volvería inviable pero ¿no suena realmente bien? Mientras tanto sólo espero que no prosperen las propuestas de encarcelar a los chicos pobres para embellecer el paisaje urbano.