Monólogo sin interés (o "En fin")
Me entero que el tipo al que me refiero en primer lugar en este post ganó el premio al Fisgón del Año. ¡Mirá vos! En fin.
En lo cotidiano y referido a mis vacaciones (que nadie me confirmó ni aparentemente confirmará si yo no insisto, porque nunca se ha vuelto a hablar sobre el tema) la semana pasada se fue P, y al despedirlo le dije "volvés cuando se va G" a lo que me contestó que no, que se toma una semana más. A ver: no sólo se va cuatro semanas seguidas (y no tiene los diez años de antigüedad que marca la ley para eso, pero como está fuera del Convenio Colectivo la empresa puede darle licencias más allá de las legales) sino que va a coincidir una semana entera con G, quebrando una de las pocas reglas impuestas de antemano. Ante mi pregunta sobre qué iba a pasar si había alguna crisis relacionada con el trabajo de uno o de otro durante esa semana, ya que nadie me había avisado ni preparado para afrontarla, su respuesta fue brutalmente sincera: "A nadie le importa qué pase en lo laboral, a vos te están cagando porque no les caés simpático, porque siempre vas con los tapones de punta". Ir con los tapones de punta, para esta gente (para toda la gente, según también mi experiencia en este medio) es ser derecho, directo y frontal, con total prescindencia de la buena o mala intención de cada uno. Ir con los tapones de punta es pretender tener una vida propia y privada más allá del ámbito laboral y negarse a asistir a reuniones sociales propuestas por sus jefes (hace poco respondí a un mail que invitaba a un "día de quinta" preguntando si un día de quinta era todavía peor que un día de cuarta, como los que suelen hacerme tener). Ir con los tapones de punta es, sospecho, tener principios y sostenerlos más allá de las conveniencias del momento. En fin.
Esa metáfora futbolística de los tapones me lleva a algo muy distinto: esta tarde veía (sin prestarle demasiada atención) el partido entre Huracán y Vélez y en este último equipo ingresó un pibe cuyo apellido se escribe Cigno y los locutores coincidían en llamar "siño". Para mí hay sólo dos maneras de pronunciar ese apellido: o bien el castellanizado "signo" o bien el teóricamente original "chiño"... ¿qué mezcla extraña de idiomas podría llevar a leerlo, con total naturalidad, como "siño"? Esto no es nada nuevo; baste como ejemplo el nombre de un importante club que por estos lares ya está establecido hace décadas: el "Bayern Munich"; o bien lo decimos en su alemán original (Bayern München) o bien lo traducimos al castellano (Baviera Munich). En fin.
Siguiendo con el fútbol: durante toda esta semana los que se dicen periodistas deportivos no pararon de hablar sobre un posible cuadrangular final. Ninguno de ellos apuntó que la posibilidad de que eso ocurra es de 1/81, la misma que tiene Lanús (tal vez el equipo que haya mostrado, sobre el final, los momentos de mejor juego en el campeonato) para salir campeón mañana. Cada partido tiene tres resultados posibles, por lo tanto la combinación de cuatro de ellos es tres a la cuarta: ochenta y una posibilidades. Cualquiera pensaría que la mención del poco posible cuadrangular se debe a una intencionada cuestión publicitaria, dado lo atractiva que sería esa definición, pero muchas cosas me hacen pensar que simplemente se debe a que es mucho más fácil hablar al pedo que hacer los cálculos más mínimos. El mes pasado enganché haciendo zapping a unos "periodistas deportivos" que no daban pie con bola a la hora de establecer las posibilidades de clasificación en un grupo del Masters de Shanghai: una competencia entre cuatro en un deporte que no admite el empate y por lo tanto la victoria representa una unidad y la derrota su ausencia. En fin.
Y hablando de fútbol, o más bien de cosas que poco tienen que ver con el fútbol pero pretenden tener que ver (como el periodismo deportivo), mañana termina El Gran DT. Yo, por supuesto, volví a tropezar con esa piedra, pero me impuse mis propias condiciones: mi equipo, desde el principio y a través de los cambios que me vi obligado a hacer, fue un equipo que podía salir a la cancha a jugar al fútbol; con eso me refiero a no tener en el fondo a cuatro marcadores de punta izquierda o en el medio a cuatro enganches que no marcan ni quitan. Mi equipo siempre fue un equipo pensado para jugar al fútbol. Para eso también tuve que lidiar con las incongruencias de los organizadores que consideran al Papu Gómez volante y al Toto Salvio delantero (en este último caso, como el pibe no figuraba en las listas originales, imagino este diálogo: "¿A éste de qué lo pongo?" "Y... metió un par de goles: ponelo de delantero." "Y daaale.") Menos alevoso pero igualmente discutible es el tema del Rivarola defensor y del Papa volante (no, Rastzinger no, el otro). Así y todo, estoy bastante orgulloso del equipo que armé, por ejemplo porque Maradona convocó a varios de ellos y yo los elegí antes que él:
Daniel Islas; Marcos Angeleri, Matías Caruzzo [*], Víctor López y Emiliano Papa; Eduardo Salvio, Néstor Ortigoza y Germán Rivarola; Nicolás Bertolo; Alejandro Gómez y José Sand.
[*] Capitán a partir de la lesión de Blengio (y sí, claro que tengo un capitán, ¿cómo voy a salir a la cancha sin capitán?)
Desafío a cualquier equipo pensado para ganar esa cosa poco futbolística llamada El Gran DT a plantarse delante de mis once... jugamos por el precio de la cancha y el asado. Claro que para eso tendría que hablar con mis jugadores y pedirles que posterguen un día sus vacaciones, porque a diferencia de mi caso ellos, ganen más o menos dinero que yo (seguramente más, aunque eso no importa), al menos sí saben cuándo van a tener las vacaciones. En fin.