lunes, octubre 30, 2006

Los tres locos

Durante buena parte de mi juventud viví constantemente drogado, mezclando hipnóticos y estimulantes en cantidades ingentes. Eso casi nunca me impidió llevar una vida social dentro de los parámetros aceptados o mantener relaciones laborales estables, sin embargo una que otra vez el cóctel me sobrepasó y siendo cadete he recorrido algún día la Capital escapando de perseguidores imaginarios. Esa huída me llevó, previo salto de un tren en movimiento y alocada carrera, a la casa de mis padres donde me acuartelé avisándoles que una horda de seres hostiles rodeaba el lugar. Después de infructuosos intentos de conversación me subieron a un taxi y le dieron al chofer la dirección de un conocido hospital psiquiátrico. Éste, con la habitual locuacidad del gremio y una notable falta de tacto, preguntó "¿Y quién es el loco?..." y mi viejo respondió lacónicamente "Los tres estamos un poco locos". El tipo fijó la vista adelante y no volvió a articular palabra hasta el destino.

Ahora, después de tantos años y experiencias personales, puedo llegar a comprender la clase de locura que sentía en aquel momento mi padre, tan lejos de la mística y tan cerca de la desesperación, pero entonces yo estaba demasiado ensimismado como para entender sus sentimientos. Lo que percibí, en cambio, fue empatía: Mis viejos, que siempre habían tomado partido (o así creía yo) por el sistema contra mí, se declaraban públicamente en la orilla de los locos, de mi lado, conmigo. Esas seis palabras mágicas, que tal vez nunca hubieran sido pronunciadas sin el acicate de la inoportuna pregunta del taximetrero, fueron para mi estado de conciencia mucho más importantes que cualquier contramedicación que me haya suministrado el médico que ocasionalmente estaba de guardia.

Posible moraleja: Tus palabras y tus gestos son más poderosos que los fármacos.