Cuando era chico me enseñaron que tener casa, un auto viejo, dos buenas comidas diarias y algunos gustos extra era ser de clase media. A partir de esa definición (tan común) los que estaban por debajo de ese standard, los que vivían en ranchos y comían salteado, eran la clase baja y los que superaban el standard, los que tenían varios autos, casas de campo y vacaciones en Europa, eran de la clase alta. Ya agotadas todas las categorías, me veía obligado a incluir a los Rockefeller y a los Vanderbilt en esa misma bolsa, pero igualmente eran tan pocos...
Pasó el tiempo y leí que las grandes revoluciones del siglo XVIII las habían hecho las "clases medias", porque en aquel entonces la clase alta era la nobleza. Esa clase media, comparando las realidades históricas, correspondía a la que en el párrafo anterior designé como alta. Los apologistas quieren inferir de esto el modo en que mejoró la sociedad global a través del tiempo, pero la ilusión de movilidad social ascendente se debe, en gran medida, a una movilidad nominal descendente.
Cualquier sistema social es piramidal, y lo alto de una pirámide es solamente su punta afiladísima. La verdadera clase alta es por lógica tan mínima que resulta completamente invisible desde la base. La clase media, como en el 1700 y seguramente en el 3000, sigue siendo aquella a la que sus recursos le sobran largamente para vivir cómoda y con lujo. Los que necesitan ahorrar o pedir créditos nunca fueron clase media, pertenecen a una multitudinaria clase baja que termina justamente donde acaba la vida digna que, con parámetros actuales, se puede identificar con lo que enumeré al comenzar este texto (casa, comida y un poco de esparcimiento). Por debajo de la línea de la dignidad, donde la gente vive al día y no sabe qué va a pasarle mañana, no hay clase alguna. Estos son, como los han denominado analistas serios, los "subclase". Los que no consiguen del sistema lo necesario para vivir ya no están dentro de él: No están abajo, sino afuera.
Este desplazamiento de los rótulos, que termina por llamar clase baja a los subclase, media a la baja y alta a la media, provoca espejismos en los dos extremos. Por un lado, la auténtica clase alta ya no se distingue conceptualmente de la media, lo que es probable que sea más adecuado para su seguridad y tranquilidad. Es difícil enfrentarse con lo que ni siquiera tiene un nombre específico. Por el otro, y tal vez más importante, la etiqueta de clase baja para los hambrientos e indigentes, supone la mentira de la inclusión (porque abajo todavía es adentro) para todos aquellos que están claramente excluidos, haciendo más tolerable la injusticia.
Sé cabalmente que no voy a cambiar el mundo, ni lo busco ya, pero siempre es mejor llamar a cada cosa por su nombre. Yo, a pesar de lo que digan, nunca fui de clase media. A lo sumo "media estúpida", como apuntó alguna vez Mafalda.