lunes, diciembre 18, 2006

Farsa

Interesantísimas reflexiones de Vitore me recordaron estos versos:

Esta farsa que llamamos nuestra vida
tiene menos sustancia que una sombra
y ni siquiera este texto que la nombra
puede hacerla más concreta o definida.

La realidad es simplemente un espejismo
y la experiencia son sueños en cadena
con los que armamos las puestas en escena
para un público que sólo es uno mismo,

pero como la función suele ser corta
sin dejar de tener plena conciencia
no conviene pensarlo demasiado,

después de todo lo único que importa
es nuestro instinto de supervivencia
y el deseo de amar y ser amado.

29/07/2003

sábado, diciembre 16, 2006

Piromanía ritual

En la semana recibí el boletín mensual de Seguridad e Higiene que edita la empresa donde trabajo. Es un documento de Acrobat que en general consiste en material copiado y pegado desde distintas publicaciones sobre el tema. En la edición de diciembre, por supuesto, la temática está influida por las fiestas de fin de año. Encontramos un artículo sobre el alcohol al volante que muestra un notorio cartel que resume aproximadamente: En estas fiestas, si ha bebido no conduzca y si va a conducir no beba. Perfecto, estoy de acuerdo, pero junto a esa nota hay otra llamada "Recomendaciones para el uso de pirotecnia". Allí no vemos ningún cartel que solicite: No use pirotecnia, es peligrosa y totalmente innecesaria. De hecho, tampoco dice algo así en todo su texto. Alguien tal vez considere que semejante consejo sería inútil pero, en esa misma línea, el otro artículo debería incluir unas "Recomendaciones para conducir ebrio" ya que mucha gente lo hará de todos modos.

Siempre me pareció una contradicción la reglamentación sobre el tema. Si yo quiero manejar un auto, además de ser mayor de cierta edad debo contar con una licencia que, según entiendo, es más que nada la verificación por parte de la sociedad de que sé hacerlo lo suficientemente bien como para no representar un peligro para los demás. Con razón, si se me ocurre comprar una pistola (claro que se puede comprar una en la calle, pero me refiero a las armerías) creo que me solicitarán una serie de requisitos que incluyen la certificación profesional de que no soy psicótico ni estoy mentalmente desequilibrado. Ahora bien, durante el mes de diciembre y con la única exigencia de ser mayor de 16 años, puedo recorrer todos los kioscos de la ciudad comprando cantidades ingentes de material explosivo sin que nadie me pregunte quién soy, de qué modo voy a utilizarlo y ni siquiera si poseo la suficiente piro-tecnia o sea, en una de sus acepciones, el conocimiento técnico sobre el uso de los fuegos artificiales. ¿Hay algún detalle que se me escapa o todo esto no tiene ninguna lógica?

Además, aunque sé que con esto último sangro por la herida, si actualmente enciendo un cigarrillo en una confitería en la cual haya sentado en otra mesa un chico de 10 años mucha gente, adoctrinada por la insistencia de los medios, me considerará un irresponsable porque podría estar arruinando su futuro. Sin embargo gran parte de esta gente, si les pido que alejen a ese mismo niño de la pirotecnia, me dirán "Eh, amargo: ¡Es Año Nuevo! ¿Cómo vas a negarle esa alegría al pibe?" Quizás como contrapartida de la gran campaña antifumadora yo intente mi propia cruzada antipirotécnica... Hasta se me está ocurriendo ya un slogan: LA PIROTECNIA ES AL COHETE.

domingo, diciembre 10, 2006

Imposible evadirse

Yo estaba vagando por el sistema solar, comparando las extraordinarias similitudes entre Marte y la Tierra: su día o su ciclo de estaciones, contemplando el giro retrógrado de Venus, rebeldía sólo superada por el gran Urano que además de rotar al revés le muestra el culo al Sol, y por supuesto admirando a Plutón y Caronte que bailan un eterno vals en esa órbita excéntrica que tanto molesta a la formal comunidad de astrónomos... En eso estaba cuando pasaste y preguntaste si pizza o fideos, y entonces fui barrido por la cola de un cometa y depositado justo acá, para apreciar lo maravilloso de este punto cualquiera del universo en el que existo, sólo por el hecho de que coincida con el tuyo.

Yo estaba husmeando en el misterio de la vida, en la historia de esa bacteria que alguna vez fue Adán, pensando en esas algas gigantescas que son parientes de los protozoos porque todas sus células son idénticas entre sí, en organismos simbióticos como el liquen, en los hongos que modifican su entorno para devorarlo en lugar de devorar y luego modificarlo en su interior, y por supuesto en el virus, que algunos estudiosos querrían marginar de la biología ya que no se reproduce utilizando su materia y su energía sino que se replica usando materia y energía ajenas... En eso estaba cuando pasaste y nuestras miradas se cruzaron, y eso produjo un momento único en la evolución que resultó tan irreproducible como irreplicable.

Yo estaba representado en la sílaba yo intentando articularla con la sílaba vos, analizando las muchas posibilidades del verbo: te amo, te amé, te amaré, te amaba, te he amado, te amaría, te amara y tal vez te amase (porque me encanta amasarte)... En eso estaba cuando pasaste y preguntaste si pizza o fideos y nuestras miradas se cruzaron y me acariciaste levemente en la mejilla, y así derrumbaste toda sintaxis y no dejaste más significado que el contacto ni más significante que la piel.

lunes, diciembre 04, 2006

Sin pipa ni paz

Hace más de veinte años que fumo pero nunca dejé de respetar, sin necesidad de ordenanzas municipales, el derecho de los no fumadores. Por razones de simple educación suelo evitar hacerlo en lugares públicos cerrados y siempre pido permiso en casas o vehículos ajenos, aceptando de buen grado una eventual respuesta negativa. Sin embargo, últimamente me siento objeto de una especie de caza de brujas emprendida por los nuevos adalides del aire puro, envalentonados por la reciente legislación al respecto.

Anoche asistí a un concierto en homenaje a Mozart (al margen: un programa excelente, un sonido impecable para ser al aire libre y espectaculares los fuegos de artificio del final) que reunió, según los organizadores, a 140.000 personas. Yo no sé si fuimos tantos pero sin duda éramos una multitud. A la hora de desconcentrarse, por lo tanto, una enorme caravana de peatones se encaminó en dirección a Puente Pacífico. Mi mujer y yo picamos en punta y llegamos a instalarnos con comodidad en una de las pizzerías de la zona. Inmediatamente comenzó a llegar gente que superaba en mucho la capacidad del local, quedándose de pie en la puerta y esperando que se desocuparan las mesas. Después de comer la pizza salí a fumar un cigarrillo a la vereda, como se prescribe, para regresar luego a terminar mi cerveza. Durante ese par de minutos en que estuve afuera observando esas caras de ansiedad acechante, y conociendo la idiosincrasia del porteño, imaginé la situación que se habría presentado si yo hubiera estado cenando solo en lugar de acompañado por mi mujer, que permaneció sentada. Si mi mesa no era directamente invadida, estoy seguro de que al menos habría tenido que mantener una agria discusión para conservarla. También pensé que en ese caso, por sencillas razones económicas, el personal habría tomado partido por quien podía irse sin consumir y contra mí, que ya había realizado mi pedido. Con los astros alineados a mi favor tal vez me invitaran a tomar la media botella restante en la barra, encaramado a un taburete cerca del baño. Si consideramos que nadie se atrevería a cursarle semejante invitación al resto de los comensales que se encontraban en mis mismas condiciones (comida terminada pero bebida pendiente) que no hubieran abandonado la mesa para irse a fumar, hablaríamos de un caso de simple y llana discriminación. Claro que nada de eso ocurrió porque yo estaba acompañado, así que todo se reduce a mi imaginación: Soy un paranoico.

En otro orden de cosas pero relacionado con la misma reglamentación restrictiva, en mi trabajo se estableció un patio interior, casualmente contiguo a mi oficina, como único lugar de la empresa donde está permitido fumar. Tras la instalación de algunos ceniceros y coloridos carteles indicadores comenzó a darse un proceso que aún continúa: Al patio en cuestión, otrora completamente desierto, acude cada día mayor cantidad de no fumadores para tomarse un recreo, charlar y pasar el rato. En la actualidad es común que, entre la gente que encuentro al salir, como mínimo la mitad sea no fumadora. Por supuesto, por un fenómeno más social que matemático, la relación cantidad de gente / cantidad de ruido no aumenta en progresión aritmética sino geométrica. En ocasiones ya se me ha hecho difícil hablar por teléfono desde mi escritorio debido al bullicio reinante pared de por medio. Como no nací ayer y hace diez años que conozco los procedimientos de la empresa, estoy esperando que en cualquier momento nos sea comunicado que no está permitido fumar en ningún lugar del inmueble, tampoco en ese patio (en realidad, mucho menos en ese patio). Si consideramos que de esa forma se estaría recortando la libertad de los fumadores como consecuencia de acontecimientos no provocados por ellos, hablaríamos de un caso de simple y llana discriminación. Claro que eso todavía no ocurrió, así que todo se reduce a mi imaginación: Soy un paranoico.

Yo fumo pero respeto a los no fumadores. Me gusta la cerveza pero respeto a los abstemios. Disfruto del sexo pero respetaría a los célibes... si conociera a alguno. El problema es que el respeto es un tema encuadrado dentro de la educación y las buenas costumbres sobre el cual es imposible legislar, y cuando se insiste en legislar sobre esos temas las circunstanciales mayorías, no necesariamente educadas ni bien acostumbradas, suelen pisotear los derechos civiles de las minorías.