Vida de perros
Ya me acostumbré con resignación a ver en la ciudad perros condenados a vivir perpetuamente en terrazas o patios de cemento de mínimas dimensiones, sin embargo no dejo de asombrarme ante los extremos a los que puede llegar esa crueldad. El otro día viajaba en un colectivo que no suelo tomar y vi en una casa la siguiente escena: Una entrada para autos; en la línea de edificación una alta reja y partiendo de ahí mismo una brusca pendiente; allá, exactamente donde ésta terminaba, el portón del garage y en su parte inferior algo que pude reconocer como un gran perro (supongo que cualquier intento de echarse en otro sitio terminaría haciéndolo deslizar o rodar hasta allí). Cuando uno consigue dominar la bronca ante las prisiones pequeñas y sórdidas en las que hacen vivir a nuestros "mejores amigos" aparecen este tipo de perversas variaciones dignas de El pozo y el péndulo, como convertir en un plano inclinado el piso de la celda a la que los destinan de por vida, y el ánimo vuelve a sublevarse.
Esto me recordó un viejo soneto, que todavía no había subido al blog, inspirado por tantos y tantos perros encarcelados que simbolizan tan bien a la sociedad que los encierra.
En mi barrio hay un perro encarcelado
que le contesta a todas las sirenas
y alucinando brillantes lunas llenas
le aúlla a los faroles de alumbrado,
otro perro que pasea con correa
siempre se burla de cómo le patina
muy conforme con su vuelta hasta la esquina
y los pocos arbolitos donde mea
pero él sigue en un mundo imaginario
donde el viento trae auténticos mensajes
y las lunas no cuelgan de los caños.
¿Y vos qué realidad vivís a diario:
tenés sueños excitantes y salvajes
o solamente molestás a los extraños?