sábado, abril 21, 2007

Abstracción a brocha gorda

Leo acá que Transportes de Londres tiene una cuadrilla que se dedica a limpiar graffitis y parece que dicha cuadrilla le aplicó una gruesa capa de pintura negra a un mural de Banksy... Algo muy lamentable pero no tan grave; lo que sí es grave es que el vocero de esa entidad justifique el hecho diciendo que su personal está conformado "por profesionales de la limpieza y no por críticos de arte" ya que no creo que haya que ser crítico musical para diferenciar entre un arpegio y un pedo. Espero que esa cuadrilla nunca pase por la capilla sixtina, porque allá por el renacimiento un tal Miguel Ángel le llenó de graffitis el techo.

El vocero continúa recordándonos que los graffitis (enunciación tan amplia como sería los posts) crean una "atmósfera general de negligencia y decadencia social que promueve al delito" y que "no tenemos intención de cambiar esta política porque hace al sistema de transportes más seguro [¿?] y más placentero para los pasajeros". Yo supongo que cada pasajero debería saber por sí mismo qué le causa placer. En mi caso prefiero un buen dibujo a un paredón vacío, como prefiero cualquier poema, por malo que sea, a una página en blanco; pero él debe saber mejor que yo lo que me conviene.

Los "profesionales de la limpieza" nos invaden. Esta anécdota refiere a la rama de los que se dedican a las paredes pero los hay de todo tipo y últimamente se están haciendo notar también en este medio: los blogs, internet o como se llame esta cosa.

jueves, abril 19, 2007

Abstracción en azul

El banco que tiene mi poco dinero, porque mi empleador lo eligió para depositarme allí el sueldo, me envió hace un tiempo un lujosísimo folleto desplegable, en cartón de alto gramaje ilustrado a todo color, avisándome que en el futuro iba a necesitar un aparatito que ellos proveerían para poder operar mi cuenta a través de internet. El artilugio, llamado e-Token, es una especie de llaverito con un botón y una pantallita digital en la que, al apretar aquel, aparecen seis números que deberé cargar en la computadora como segunda contraseña. Todo esto, por supuesto, se hace en nombre de la seguridad y a mi favor. Claro que mi desconfianza me llevó a leer la letra pequeña y me enteré de que, como cantaban Los Twists, el primero te lo regalan y el segundo te lo venden, y te lo venden a un costo no especificado en ningún apartado. OK, pensé, será cuestión de no perderlo ni romperlo. Nada de eso, al recibir el bendito llavero me enteré de que no es posible cambiarle la batería, por lo cual deberé pedir uno nuevo al agotarse ésta. Yo presumo que ese es el precio del mantenimiento de la cuenta (que legalmente no pueden cobrar tratándose de una cuenta- sueldo) y cubre con creces el costoso lanzamiento del llaverito chino de marras.

Más allá de todo eso lo que no entiendo es por qué, tratándose de una imposición a una clientela cautiva, la presentan con el típico lenguaje publicitario que se dirige a un mercado libre. Para colmo, el discurso incluye una flagrante falacia; tanto en el folleto como en la página de internet leo que "los códigos [que genera el e-Token] se modifican en forma constante y nunca se repiten". Señores publicistas: en la escuela me enseñaron que esa última afirmación es falsa si manejamos un conjunto de seis dígitos; también es falsa para uno de seis billones y para ser cierta harían falta infinitos dígitos. Señores: un proctólogo me mete el dedo en el culo y me dice que es por mi bien, pero ustedes, además, se empeñan en convencerme de que es gratamente placentero. ¿Es eso necesario?

PD: ¿Qué tiene que ver esto con el título del post? Nada. Es sólo que estuve jugando con el Paintbrush y me salió esto y me gustó mucho cómo quedó:

jueves, abril 12, 2007

Post mortem

Una vez intenté escribir un relato en el que mi padre y yo nos reuníamos en el cielo. Yo tenía la esperanza de llegar a ser en éste un buen amigo suyo, pero la historia se complicaba perversamente como suele pasar cuando tratan de individuos reales a quienes hemos conocido. Al parecer, al llegar al cielo la gente podía elegir la edad que quisiera siempre que hubiera vivido tal edad en la tierra. Así, por ejemplo, John D. Rockefeller podía optar por cualquier edad hasta los noventa años; Tutankamón, cualquiera hasta los veintinueve, y así sucesivamente. Me desilusionó, como autor del relato, que mi padre eligiese tener sólo nueve años en el cielo. Yo, por mi parte, había decidido tener cuarenta y cuatro: respetable, pero todavía muy atractivo. La desilusión con mi padre se convirtió en vergüenza y bronca; era igual que un lemur, como son los niños a los nueve años, todo ojos y manos. Tenía una reserva inagotable de lápices y cuadernos y andaba siempre siguiéndome los pasos, dibujándolo todo e insistiendo en que admirase los dibujos que acababa de hacer. Los recién conocidos me preguntaban a veces quién era aquel chiquito tan raro y yo tenía que decir la verdad porque en el cielo no se podía mentir: "Es mi padre".
Los abusones disfrutaban haciéndole sufrir, porque no era como los otros niños. No se entretenía con las conversaciones de los niños ni con sus juegos. Así que lo perseguían y lo agarraban y le quitaban los pantalones y los calzoncillos y los tiraban por la boca del infierno. Ésta era una especie de pozo de los deseos sin balde ni polea; podías asomarte y oír los alaridos desmayados de Hitler y Nerón y Judas y gente así, allá a lo lejos, muy abajo. Yo me imaginaba a Hitler, que sufría ya el máximo calvario, encontrándose periódicamente la cabeza cubierta con los calzones de mi padre. Y siempre que le robaban sus prendas mi padre acudía corriendo a mí, rojo de rabia. Yo a lo mejor estaba con alguien a quien acababa de conocer y a quien estaba impresionando con mi urbanidad... y aparecía mi padre dando alaridos y con el pito ondeando al viento. En fin, el relato insistía en ser tan desagradable que dejé de escribirlo.

Adiós, Kurt Vonnegut, maestro de la ironía y crítico implacable a través de la sonrisa; si encontrás a tu viejo tenele paciencia y dale mis saludos.

miércoles, abril 04, 2007

La moneda

dedicado a Maun

En la Europa de entreguerras, cierto día llegó a un puerto cantábrico un campesino español buscando transporte marítimo para emigrar a América. Tenía prisa: estaba huyendo del servicio militar. No tenía, en cambio, un destino en particular: no conocía a nadie en aquel otro continente. Le informaron que ese día zarparían dos barcos, uno hacia Buenos Aires y otro hacia Veracruz. Los costos de los pasajes eran similares y las paupérrimas instalaciones idénticas. El campesino no perdió tiempo dudando y en forma expeditiva arrojó al aire una de las monedas con las que a continuación iba a abonar. La cara era México y la ceca Argentina. Salió ceca.

Nuestro hombre llegó a Buenos Aires, consiguió un trabajo y con el tiempo conoció a una coterránea con la que se casó y tuvo un hijo. Este hijo, a su vez, le dio nietos. Tantos años después de su travesía sin retorno le contó a uno de ellos, sentado sobre sus rodillas, aquella anécdota. El pequeño quedó profundamente impresionado. Su mente infantil se figuró una especie de Tupac Amaru genético e imaginó a un mexicanito de su edad que tuviera un cuarto de su personalidad combinada con tres cuartos de extraño... Sus otros cuartos, tal vez, estarían repartidos entre tres criaturas cualesquiera alrededor del mundo. Cara o ceca, cincuenta y cincuenta: Yo existiré o jamás lo haré, pensó el pibe, y vio ambas posibilidades girando locamente en el aire salobre de un puerto europeo. Puro azar, casualidad.

lunes, abril 02, 2007

Recuerdos de Malvinas

El 2 de abril de 1982 yo cursaba el último año de la secundaria, un par más y podría haber sido colimba, era virgen tanto en sexo como en política y escuchaba a Serú Girán. Recuerdo más que nada la imagen televisiva de la plaza llena y Galtieri saludando. Recuerdo un tufo marcial. Recuerdo la convicción patriotera de cierta gente en mi entorno y que me parecía increíble. Recuerdo a los famosos contribuyendo a la causa cual damas mendocinas. Recuerdo los comunicados de guerra aunque se me mezclan con la estética de Crónica y aprendizajes posteriores. Recuerdo, o creo recordar, una sensación de irrealidad, pero quizá eso sea una constante. Recuerdo poco más: que después vino el Mundial y por supuesto si querés escucharé a la BBC aunque quieras que lo hagamos de noche...

Malvinas (o Falkland), guerra de: unos 900 muertos en 75 días (un homicidio cada dos horas, promediando) y más de 1.800 heridos (más de uno por hora, promediando), lo que se dice un espectáculo costoso.