Voto y obligo
Fede, en su comentario a la entrada anterior, me hizo notar con razón que mi última frase podría interpretarse como un apoyo a la idea del voto calificado. Por supuesto, no hay nada más lejos de mi intención; "me pregunto qué sentido tendría votar" se refiere más bien a que, como ya apunté aquí alguna otra vez, descreo totalmente del sistema electoral. De hecho esta vez me plateé seriamente la opción de no presentarme a los comicios, pero el domingo a la tarde me agarró el síndrome del buen ciudadano y fui a hacer dos horas y media de cola para depositar en la urna mi voto nulo; porque el voto calificado definitivamente no, pero el voto no obligatorio cuenta con mi voto.
Algunos me han dicho, juzgando lo que nadie los ha invitado a juzgar, que votar nulo es una especie de irresponsabilidad cívica. Nada de eso: no voto a ninguno de estos diez o quince es una postura tan responsable cívicamente como voto a éste. La última vez que voté válido fue en 1999 para la Alianza (ratifico: no voté a De la Rúa sino a la Alianza), ¿qué pasó? Todos lo sabemos: al año ya no estaba en el gobierno Álvarez, referente más importante para mí a la hora de votar que el suegro de Shakira, y un año después el que sí estaba, como ministro en versión "superpoderosa", había sido al momento de la elección, en cambio, una especie de referente del modelo contra el cual había votado. Después el corralito, el cacerolazo de gente que sólo se moviliza si le tocan su propio bolsillo, la huída aérea y el ejercicio del resto del mandato por quien había perdido aquella elección; bobadas de este sistema. Esa falta de referencia se ha agravado desde entonces y fue muy clara Carrió cuando alguno le reprochó su adhesión a Telerman en las elecciones porteñas: una alianza electoral no tiene por qué basarse en coincidencias ideológicas (no recuerdo las palabras pero ese fue el concepto).
El voto no obligatorio tendría varias ventajas. Por un lado el índice de no concurrencia, que sin duda no sería el mismo en cada acto electoral, sería un guarismo de muy interesante lectura... para quien quisiera leerlo, claro. Por otro lado la ausencia del voto de quien no quiere ni le interesa ni le importa votar no desvirtuaría esa entelequia que llaman "la decisión del pueblo": sólo habría votos positivos, yo voto porque quiero y me interesa y me importa votar a éste y no a otro; a los votos no positivos les dedicaré el próximo párrafo. Finalmente, y más importante, el voto no obligatorio forzaría a los candidatos a hacer que de algún modo el electorado quisiera realmente votarlos; esta última campaña, especialmente, se basó en la consigna de que "ése es peor que yo y, como votar tenés que votar, elegime por menos peor". Patético.
Los ejemplos del voto obligatorio y no deseado son innumerables; he escuchado a una cajera de minimercado decir a su compañera de la otra caja: "Y bueno, votemos por Fulana porque me cae simpática, no como Mengana que me cae antipática"... profundo análisis de la situación política. Sin embargo, tal vez el mejor resumen sea la anécdota que me contó un compañero de trabajo. El viernes me había dicho que su madre le preguntó a quién iba a votar y él le dijo que no estaba decidido todavía, a lo que ella retrucó "cuando te decidas decime así voto lo mismo". Hasta acá, a pesar de que no me parece una forma correcta de elegir, la posición de la madre no difiere mucho de la de tantas mujeres tradicionales que determinan su voto (obligatorio, no olvidemos) según el criterio del marido o en este caso del hijo; y no deja de ser respetable. Por supuesto esta mañana después de los "buenos días" lo primero que le dije fue: "¿Le dijiste a tu vieja por quién votar?" La respuesta fue fantástica. Resulta que el domingo acompañó a su madre al lugar de votación y le dijo que vote por Solanas, la señora entró al cuarto oscuro y después de unos minutos ingresó el sobre a la urna. Cuando se retiraban le dijo a su hijo: "Voté por el que me dijiste, aunque me costó encontrarlo... No sabía que estaba en la boleta de Cristina." "¿Cómo de Crist...? No, Mamá, te dije Sola-nas, no Solá". Así votamos los argentinos cuando estamos obligados.
Después de pasar todo ese rato parado pasé por lo de mi viejo y le pedí que me invitara un vermouth. Le planteé este tema del voto no obligatorio y me dijo que si así fuera votarían sólo cinco y esos cinco decidirían la cuestión. Tal vez... o tal vez no. Quizá en la primera elección con ese sistema votarían 5, en la segunda votarían 5.000 para que no decidieran sólo esos 5 y en la tercera votarían 5.000.000 para que no decidieran sólo esos 5.000; es la forma, creo yo, en que debería desarrollarse una democracia que dijera preciarse: creando motivaciones para la participación y no creando obligaciones bajo amenaza (si no votás te sancionamos).