Maravillas cotidianas y gratuitas
Vengo de contemplar el anochecer en un cielo despejado desde el ventanal de una cafetería. Es algo indescriptible el degradé de azules que se va oscureciendo de este a oeste durante media hora o más.
Me recordó al cielo más maravilloso que me fue dado ver: a bordo de un barco que me traía de Colonia a Buenos Aires, en el exacto punto medio en el que apenas se ven las líneas de ambas orillas. En la uruguaya ya era de noche y en la argentina todavía era de día y todo el arco del cielo mostraba el espectro completo entre una y otro.
Tal vez todos deberíamos mirar más seguido el cielo. Es una fantástica forma de ubicar a nuestro ego y darnos cuenta de la ínfima posición de insignificancia que tenemos en una gran e incomprensible obra de arte.