viernes, abril 25, 2008

"No puedo más"

Un día, en un inquilinato de Buenos Aires, nació un pibe. Fue el único hijo de una pareja pobre de inmigrantes españoles. Quiso el destino que naciera justo al comienzo de la peor crisis económica del siglo XX con lo cual su infancia estuvo signada por las privaciones, mudando de pieza de alquiler en pieza y con la incertidumbre de parar la olla día tras día. Alguna vez, siendo muy pequeño, cuando al padre le tocó trabajar de noche en los turnos rotativos de la fábrica y la madre enganchó una changa para servir la mesa en una cena de gente más afortunada, ésta lo arropó en la cama y lo dejó absolutamente solo en la habitación poniendo una vela sobre el ropero para evitar la total oscuridad; de más está decir que las sombras que proyectaba esa luz bamboleante produjeron el efecto opuesto al deseado.

En este contexto, a pesar de terminar con honores la escuela primaria, tuvo que renunciar a la educación oficial para colaborar con la economía familiar. Corrían otros tiempos, en los que la eficiencia y los resultados eran más importantes que la oquedad de vanos títulos con dudoso aunque reconocido respaldo, y los excluidos del sistema por razones socioeconómicas podían arrimar a través de cursos extracurriculares y una constante curiosidad autodidacta; así él pudo convertirse en trilingüe y poseedor de una cultura general que no es muy dado encontrar (de hecho, nunca supe de una biblioteca más vasta y variada en una casa particular). A través de los años, logró hacer carrera a fuerza de coherencia y aptitud en dos importantes multinacionales. Tanto fue su éxito en ese sentido, combinado con la austeridad que seguramente era una marca a fuego de su infancia, que cuando sus dos hijos llegaron a adultos pudo regalarles sendas viviendas.

Luego llegó el tiempo de la jubilación y el descanso, de las gratas tareas de inventar ingeniosos artilugios artesanales para resolver de la mejor manera todo tipo de cuestiones, de compartir largas horas en el patio primero con los pájaros que acudían al bebedero y al semillero siempre llenos, luego desplazados por los gatos "ajenos" que terminaron por adoptarlo y domesticarlo totalmente, mucho más que a sus supuestos "dueños". Tiempo también de disfrutar, por qué no, de las mismas y repetidas discusiones de sitcom con su pareja de toda la vida, con la que llegó a cumplir las bodas de oro (aunque cincuenta años de confianza y respeto suenen a cuento de ciencia- ficción para mi generación).

Y otro día, un día tan cualquiera como aquel, murió. Se fue como vivió: mirando de frente y hablando claro, sus últimas palabras (el título de este post) sólo puedo adjudicarlas a su enormísima sinceridad. Se fue como quien tiene todas sus cuentas saldadas y no le debe nada a nadie, como quien jamás traicionó la consigna de que lo éticamente correcto está por sobre lo personalmente conveniente, como quien nunca se quedó con un vuelto de más y puede dar cuenta de cada centavo, como quien se hace responsable de todas las oportunidades ganadas y perdidas sin buscar excusas. Se fue, dije, como vivió, o sea dando ejemplo: dicen por ahí que yo soy un buen tipo pero en eso no hay mérito personal, resulta que me crié imitándolo.

Todo eso creo saberlo y el resto sólo puedo imaginarlo, pero tengo una fantasía recurrente: que se fue, también, ensoñando que la gallega volvía antes de tiempo y ahuyentaba, de una vez y para siempre, a esos reputísimos fantasmas bailoteando sobre la vela.

MI VIEJO
10.08.1930
21.04.2008

martes, abril 15, 2008

Especialistas de la lengua

Advertencia: No se ilusionen con el título, este no es un post erótico.
Aclaración: Hay que ver lo que algunos consideran noticiable, acá la fuente.

La vagancia nunca es buena consejera, y fue ésta la que me impidió cursar estudios terciarios... A veces pienso que debería haber invertido algunos años en estudiar una carrera de orientación lingüística y dedicarme a decir huevadas en congresos que, desde su denominación misma, testifican su garrafal pelotudez; y vivir de eso, claro, de otro modo no tendría posibilidad de perder mi tiempo en tan interesantes asuntos.

El profesor Salvador López Quero de la Universidad de Córdoba nos explica que los mensajes de texto, en celulares o en un chat, "son textos escritos oralizados, se escribe como se habla y en ellos lo que importa es la función comunicativa" y "han demostrado que entre lo oral y lo escrito no hay una oposición frontal".
Mi estimado: entre lo oral y lo escrito jamás ha habido una oposición frontal porque, precisamente, la escritura siempre fue una extensión del lenguaje oral, ¿qué otra cosa podría ser? ¿No aprendemos acaso a escribir asociando los grafemas a fonemas de cuyas combinaciones tenemos ya una noción de sentido? Se escribe como se habla, dice, y eso es históricamente cierto, pero ocurre que usted lo menciona justamente refiriéndose a un fenómeno que no hace más que distanciar la escritura del habla. Yo jamás escuché a nadie, en ningún ámbito, decir fonéticamente "yo tb tkm" y eso por no mencionar a los signos de puntuación (que ya no se utilizan para puntuar absolutamente nada) en función de emoticones: ¿Podría usted informarme, profe, cómo se oraliza un ":)" o un ":("?

Luego, Carmen Galán de la Universidad de Extremadura parece irse decididamente por las ramas y luego de retrotraerse a los fenicios, que no tienen posibilidad de réplica, dictamina que "hasta ahora el pulgar era un dedo tonto, y para las nuevas generaciones es un dedo que habla".
Mi querida: yo no sé cómo utilizará usted sus pulgares pero llamar a ese dedo tonto es al menos una falta de respeto. Resulta que del hecho de que en la evolución resultara que algunos primates lo tuviéramos opuesto al resto devinieron la modificación del ambiente natural y la serie de civilizaciones que terminaron degradando el planeta a lo que es hoy. En cuanto a su estricta función comunicativa le recuerdo que el pulgar extendido, con el resto del puño cerrado, apuntando hacia arriba o hacia abajo, ha sido desde la antigüedad un gesto que no sólo marcó la diferencia entre la vida y la muerte de individuos aislados sino las más importantes decisiones a nivel social... y además no imagino cómo podría pedir yo un café en un bar sin mi querido y tonto pulgar.

Finalmente, Javier Morant de la Universidad de Valencia nos dice que "no está claro si el problema es de los jóvenes o nuestro" -cayendo en la estupidez de buscar al culpable antes que a la solución- ya que "vivimos en una sociedad audiovisual".
Mi dilecto amigo: siempre hemos vivido en una sociedad audiovisual (salvo tal vez los perros que viven en una sociedad audioolfativa): nuestra conciencia del entorno se basa en lo que vemos y oímos, pero la única forma de compartir esas experiencias es a través del lenguaje que, creo, se originó en esa necesidad de comunicación. Mostrar al prójimo las imágenes y sonidos que percibimos no conllevaría ningún entendimiento recíproco ya que cada quien interpreta lo que ve y oye a su modo. Su "sociedad audiovisual", según entiendo, son imágenes acompañadas no sólo del sonido ambiente sino de un determinado discurso, articulado en alguna lengua que el receptor comprenda; en ese sentido, de la escucha a la lectura hay sólo un paso y sería interesante, en un grupo en el que todos tocan de oído, enseñarle a sus miembros a leer el pentagrama.

Es posible que todo esto se deba a un redactor salame que apuntó fuera de contexto sublimes declaraciones de tres catedráticos coherentes... pero me niego a matar al mensajero ante la enormísima posibilidad de que los salames sean ellos.