martes, noviembre 14, 2006

Mi colonialismo

Estoy de regreso en casa luego de pasar unos días en Colonia del Sacramento. Esa ciudad continúa fascinándome en cada visita y alimentando la fantasía de pasar mis últimos años allí, aunque para eso todavía falte bastante. Además de una belleza natural que me seduce especialmente, con magníficos atardeceres sobre el río para disfrutar desde las rocas negras de la costa, y de un diseño urbanístico simple y más que adecuado al entorno, me atrae de ella la tranquilidad y la cordialidad de su gente. Es algo difícil de explicar... Cada vez que bajo del barco y pongo un pie en Colonia es como si cambiaran mis ritmos internos y se ajustaran a ese otro metrónomo que tan bien me hace sentir. (Entre paréntesis –que ya están puestos- y conjeturando que en esa futura mudanza tal vez deje nietos en Buenos Aires: Yo no disfruto viajar. En ómnibus o en auto las rutas terrestres me fastidian, en cambio las tres horas de travesía fluvial, en la cubierta, son un placer en sí mismas).

Suelo poner como ejemplo de ese "otro mundo" que en toda la ciudad no hay un solo semáforo y en la avenida principal, ancha y de doble mano, cuando algún peatón comienza a cruzar en una esquina todos los autos se detienen para cederle el paso. En esta última visita, sin embargo, coseché una anécdota tal vez más representativa: Se cayó una señora. No vi la escena y no sé realmente qué pasó, yo estaba terminando de almorzar en la vereda de enfrente, a unos veinte metros del lugar. Lo que sí vi fue que cada persona que advirtió el problema se involucró inmediatamente de forma activa y positiva, que los autos que casualmente pasaron por ahí se detuvieron y sus conductores bajaron no por morbo sino para ofrecer su ayuda, que un señor vio un patrullero en la siguiente bocacalle y le hizo señas y éste acudió, que una mujer en ciclomotor partió rauda y volvió enseguida con una ambulancia que cargó a la señora en la camilla, y que todo esto ocurrió, si no fallan mis cálculos de grancitadino, en apenas dos o tres minutos.

Sean sinceros: ¿Cuántos automovilistas en Buenos Aires, Madrid, México D.F. o São Paulo se detendrían al ver a una persona caída en alguna de sus innumerables calles? Sin lugar a dudas Colonia es la clase de ciudad en la que querría vivir cuando sea aún más posible que hoy en día que me tropiece y me caiga.

1 comentario:

Cinzcéu dijo...

Doy fe de que en Colonia, si uno (peatón) amaga cruzar la avenida principal, los autos paran. Colonia es inseparable de Buenos Aires porque es su enfrente, su otra orilla, su opuesto ahí nomás, un par de horas de barco que (coincido) nunca es lo mismo que ómnibus o automóvil.
Las callejas de la ciudad vieja, los apacibles lugares del centro, las imprevisibles apariciones del Plata en cualquier esquina y los suburbios agrestes de Real de San Carlos son lo más.
Nos vemos allí en unas décadas...