Relojes
En la última celebración de fin de año la empresa me obsequió un elegante reloj de pulsera con motivo de haberse cumplido diez años de relación laboral. Como sabía de antemano, éste fue a parar al fondo de un cajón donde permanecerá juntando polvo hasta una próxima mudanza o remodelación. Es que además de no soportar ningún tipo de pulsera y ni siquiera las mangas largas (ando arremangado en pleno invierno, cada loco con sus manías) para que combine con el estilo de ese accesorio debería conseguir un traje y un par de zapatos, ítems que desentonarían en mi guardarropa. Sin embargo, lo acepté como lo que en realidad es: un símbolo, pero... ¿qué clase de símbolo? ¿Por qué un reloj y no otro objeto? Por tradición, dirán algunos, pero las tradiciones también deben tener un origen. Esa pregunta quedó dando vueltas en mi mente.
Suelo discutir con una amiga budista sobre la existencia o no de la casualidad; para mí no sólo existe sino que es un componente básico en el devenir de nuestras vidas. Resultó que poco después de aquella reunión retomé la lectura de The Wealth And Poverty Of Nations -David S. Landes, 1998- y encontré casi enseguida un pasaje en el que el autor canta loas a la invención del reloj mecánico como a la mayor de las innovaciones de la Europa medieval que le permitirían, unos siglos después, dominar en forma completa al resto del mundo. Tal parece que este aparatito cambió radicalmente la concepción misma del trabajo. Hasta entonces las tareas del trabajador estaban distribuidas en la jornada y ésta, obviamente, determinada por la naturaleza: el ciclo de estaciones, las variaciones demográficas, etc. Esta máquina, al quitarle al inmensurable tiempo sus condicionamientos geográficos y transformarlo en algo ficticio divisible en unidades idénticas entre sí, pudo "desnaturalizar" el concepto de mano de obra y, a diferencia de lo ocurrido en China o en el Islam donde no la utilizaron a pesar de tener la capacidad técnica para hacerlo, fue un elemento fundamental en la génesis del capitalismo europeo, de la producción a destajo, de la acumulación del capital, de la división internacional del trabajo y del perfeccionamiento a nivel científico de la explotación del hombre por el hombre (todas cosas francamente maravillosas para Landes, según entiendo).
Ahora me queda mucho más claro: Lo que me regalaron es una pequeña porcioncita de la plusvalía que produje simbolizada en el más representativo posible de los objetos... En mi anacrónico romanticismo hubiera preferido una clepsidra.
4 comentarios:
No soy budista pero tampoco creo en la casualidad, sólo en la causalidad. Visto simbólicamente es bastante cínico regalar aquello que te recuerde siempre (y en la pulsera, como esposas)lo que te robaron.
Disgresión: teniendo en cuenta que en occidente se le encienden velas a muertos y dioses, ver a un chico cumpliendo la tradición de apagar velitas en su cumpleaños siempre me dio cosa.
Grismar, me parece que me convenciste... causa: cambié la versión de Blogger, efecto: pasaste al anonimato
No conozco a David Landes pero sí la tesis del reloj, el trabajo y el capital desarrollada por Lewis Mumford hacia 1930 en Técnica y civilización.
Las empresas no regalan clepsidras porque siguen la tradición y porque sería incómodo trabajar todo el día con una clepsidra atada a la muñeca.
Un abrazo (al menos en la vista previa esto me reconoce como Cinzcéu pero ya me pidió 10 veces la palabra clave).
En la empresa para la que trabajé durante 17 años dan a los empleados que consiguen estar otros 17 años, un maletín con una bandeja de plata en la que se agradecen los 34 años (vaya cifra rara) de servicio. ¿Qué significará esto "budisticamente" hablando?... Saludos.
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