Bajo presión
Parece que últimamente está de moda en los blogs hacer listas: de films, de canciones, de gustos o preferencias. Tal vez las más maratónicas de esas listas sean las que encontré en el blog de Beto: primero listó cien álbumes de música y acaba de complementarlo con ciento una películas de cine (en ambos casos incluye muchísimas indudables joyas); pero lo que me resultó llamativo de sus listas fue el título que eligió, "para una isla desierta". Inmediatamente mi mente se puso a divagar, como es su costumbre, y me planteé que, si pensamos en un exilio voluntario, llevarse semejante bagaje cultural entraría en contradicción con la decisión de aislarnos y si, en cambio, pensamos en un destierro forzado, no imagino qué autoridad tan benevolente nos permitiría llevarlo, además de a los mecanismos para su reproducción y una fuente de energía (¿solar?) que los hiciera funcionar. El siguiente paso, ya muy lejos de Beto y su blog, fue imaginarme que efectivamente yo era condenado al destierro (hipótesis totalmente anacrónica ya que hace mucho que los gobiernos se decantan por los más expeditivos métodos del secuestro y el homicidio). Fue más o menos así:
Se presenta en mi domicilio un grupito de soldados para comunicármelo oficialmente y acompañarme al puerto, asegurándose de que me vaya. El suboficial al mando me informa que se me otorgan unos escasos minutos para armar un bolso, en el que me es permitido incluir diez libros; con un típico gesto dramático, mientras lo dice vuelca el mueble desparramando mi escueta biblioteca por el piso. Lo primero que noto es que habría muchísimos libros que llevaría pero no están en mi poder, bien por haberlos prestado y nunca recibido de vuelta [*] o bien por haberlos leído de prestado y sí devuelto. Encuentro por ejemplo que no tengo nada de Borges, aunque los cuentos de Ficciones y El Aleph son una parte importante de mi formación literaria; tampoco nada de Kafka... ni de Poe... pero en ese momento el suboficial me atina un voleo en el orto (yo estoy en cuatro patas revolviendo los libros) y me dice que el barco no va a esperarme todo el día. ¡A elegir!
1, 2, 3) Eric Hobsbawm: La era de la Revolución, 1789- 1848; La era del Capital, 1848- 1875; La era del Imperio, 1875- 1914. Acá intento argumentar que, a pesar de haber sido escritos en décadas consecutivas, no se trata de tres libros sino de una obra en tres tomos (el cuarto tomo es Historia del siglo XX, pero actualmente está [*]) a lo que me responden que un libro es un libro y estos son tres y que no me haga el vivo porque me llevan sin bolso alguno. Igualmente los cargo, porque son libros de cabecera y referencia constante, y supongo que en la isla desierta me ayudarán a recordar cómo viene la mano y por qué las cosas son como son.
4) Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas/ Un tal Lucas. Sería duro vivir sin releer nunca más a Cortázar y, más allá de sus increíbles novelas y sus maravillosos cuentos, la faceta que más me gusta de él es la de estas viñetas brevísimas y geniales. Lo que encuentro en el piso son los dos volúmenes por separado, pero recuerdo que hace un par de años Alfaguara y Clarín sacaron una colección de obras completas que juntaba a ambos en un solo volumen, y que se lo regalé a mi hijo, así que le doy a él mis dos libros y le pido que corra a traerme el suyo (hecha la ley, hecha la trampa).
5) Umberto Eco: El nombre de la rosa. Una novela perfecta. A pesar de sus demasiado extensas parrafadas en latín, muestra un argumento que supera con creces a cualquier otra obra de suspenso e intriga (ahí por el piso también andan los cuentos del homenajeado Conan Doyle), una impecable reconstrucción histórica y una maestría para la narración literaria que da envidia... No era esperable otra cosa de Eco puesto a escribir ficción.
6) Kurt Vonnegut: Las sirenas de Titán. Como con Cortázar, sería muy triste no poder releer a Vonnegut. La elección se hace difícil porque tengo casi todas sus novelas (aunque Galápagos está [*] y Payasadas está tan [*] que no tengo la menor idea de a quién se lo habré prestado) pero me quedo con Las sirenas por cuestiones sentimentales. Es uno de los primeros libros que leí de él y me apasionó de tal modo que quise conocer toda su obra; además hay algo que lo distingue: es el único libro en mi vida que fue [*] y volví a comprar, no por haberlo encontrado casualmente sino por haberlo buscado y preguntado por él en muchas librerías... todo un detalle.
7) Gabriel García Márquez: Cien años de soledad. No dudo entre éste y el otro par de libros de Gabo de los que dispongo: es su obra cumbre, más allá de lo mucho que escribió antes y después. Prosa poética en su más alto nivel, personajes entrañables y verosímiles en su actitud ante un mundo inverosímil, que por supuesto no es otro que éste. No quiero irme por las ramas, simplemente me lo llevo.
8) Alfred Jarry: Gestas y opiniones del Dr. Faustroll, patafísico. Un viaje fantástico y surrealista por el círculo vanguardista parisino de las postrimerías del siglo XIX, del cual se nos escapan muchas referencias sarcásticas por no haber participado en él. Así y todo, un libro que comienza con un acta notarial de desalojo (con sello y todo) y culmina con un teorema para calcular la superficie de Dios (sic) merece ser leído aunque más no sea para averiguar cómo conectar ambos extremos.
9) Alejandro Dolina: Crónicas del Ángel Gris. El mismo autor lo desacredita en la introducción diciendo que simplemente se trata de una recopilación de artículos aparecidos en revistas, pero yo quisiera llevarme al mundo entero y el mundo no sería mundo sin el barrio; calculo que la compañía de Manuel Mandeb, el ruso Salzman, Jorge Allen e Ives Castagnino será mucho más cercana a mi corazón en solitarias sobremesas que la del Dr. Faustroll o la de Adso de Melk, sin duda.
10) Stanislaw Lem: Cyberíada. Primero manoteo del suelo Como agua para chocolate de Laura Esquivel, flor de novela, pero al instante caigo en la cuenta de que es propiedad de la madre de mis hijos (yo mismo se lo regalé) y sólo comparte la biblioteca como nosotros compartimos la casa sin ser ya pareja; en la situación en la que estamos viviendo sería inútil pedírselo. Así que, de última, meto en el bolso el libro de Lem, bastante mediocre en general pero con algunos cuentos realmente muy buenos. Como en el caso de Las sirenas pesa la historia personal y los aspectos emocionales, asociados a mi juventud: quizá haya sido el libro que más he regalado en aquellas épocas, porque había una librería del barrio que tenía una enormísima cantidad de ejemplares en la mesa de ofertas a un precio risible.
Me calzo el bolso en bandolera, les doy besos a mis hijos y me voy, a tiempo para darme cuenta de que no llevo ningún libro de poesía... No importa: a la poesía, más que al resto de lo leído, me la llevo puesta.
3 comentarios:
Quizás haya alguna diferencia entre la moda de hacer listas y este post trascendente. El título es maravilloso, el resto no le va en zaga. Los "[*]" dicen todo sobre la literatura que somos, fuimos o seremos. "El suboficial me atina un voleo en el orto" es la mejor figura de una supuesta selección que sólo podríamos hacer bajo (mucha, ésa misma) presión. Un abrazo.
por estar bajo presión, la lista no está nada mal.
El último párrafo, impecable
Tan utópica como divertida la situación de elegir 10 libros mientras un soldado te vigila... Claro que peor sería tener que elegir 10 sonatas de Chopin con el soldadito bostezando porque no le gusta el piano...
Abrazos y suerte en la isla.
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