miércoles, marzo 08, 2006

Como otro afiche de Quilmes

Hace unos años me inscribí en un torneo de ajedrez que se jugaba en un barrio que no conocía del todo bien. Un par de veces a la semana salía del trabajo y me dirigía directamente hacia allá pero llegaba a la cita con unos 45 minutos de anticipación, tiempo ideal para tomar una cerveza y desconectarme de los problemas laborales para comenzar la partida relajado. El primer día encontré el bar perfecto para ese fin: solitario, tranquilo, silencioso y pequeño, con tan sólo unas pocas mesas, sin televisor ni radio y atendido por un viejo muy callado. Mi mente podía divagar en paz sin tener siquiera que oír conversaciones ajenas. Una extraña joya sobre la avenida principal, tan transitada. Mantuve esa rutina durante un mes y el local siempre estuvo vacío, una única vez encontré charlando bajito a unos tipos de clásica apariencia policial pero como la comisaría estaba sólo a una cuadra no me llamó la atención. Yo me limitaba a pedir mi cerveza y a beberla sin apuro con la mirada perdida más allá de la ventana.

Cuando el torneo llegaba a las últimas rondas se me ocurrió pedir, además de la cerveza, algo para comer. El viejo me miró realmente azorado, "¿Un sandwich?" repitió. "Sí, hoy tengo hambre... de lo que tenga está bien, eh" agregué sorprendido a la vez por su reacción y él desapareció por detrás del mostrador a través de una cortina que supuse que comunicaba con la cocina. Al rato me trajo el pedido una morenita no especialmente linda y tal vez demasiado joven que sonriendo forzadamente dejó el plato frente a mí y volvió por donde había venido. El viejo se sentó a mi mesa y cabeceando hacia la cortina preguntó "¿Te gusta?" Creo que hice un gesto de desinteresado asentimiento y entonces aclaró: "Yo no tengo problema en que vengas a tomar una cerveza acá adelante, pero la idea es que la tomes allá". Había estado todo ese tiempo, mientras meditaba si abrir con peón rey o con peón dama, decorando la convencional fachada de un conocido burdel del barrio.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡Mate Pastor para uno...!

Cinzcéu dijo...

¡Ah, la clave era pedir "algo para comer"! Los canas charlando bajito eran una buena señal.
Yo tuve algunas experiencias comparables pero jamás supe de qué iban esos boliches de Av. Crovara porque no había morenitas: sólo eran pseudobares que no tenían café, té, vino, cerveza, gaseosa ni agua y pasaban en video unas carreras de caballos que se habían corrido en USA años atrás. Yo me tomaba una ginebra (no había más que eso) y rajaba, por si las moscas.

Grismar dijo...

Era un excelente momento para que acompañases la cerveza con un recitado de tus poemas (no necesariamente en alemán como Benedetti, podría ser en chino)

Vitore dijo...

El dueño del local diría: Hay que ver lo timido que es este señor que se ha bebido treinta cervezas y no pide nada de comer.
Me ha gustado la historia.
Chau.