miércoles, marzo 29, 2006

En memoria de Cachivache

El 30 de junio de 1990, casualmente el día en que se cumplía un año de que nos conociéramos con la futura madre de mis hijos, discutimos por alguna cosa sin demasiada importancia. Enojado, tomé un envase de cerveza y salí por el pasillo con intención de dirigirme al kiosco de la esquina. Cuando llegué a la vereda me encaró un perro callejero moviendo el rabo y ofreciéndome inequívocas señales de amistad. Lo saludé, lo acaricié y lo invité a pasar a la casa. Luego, ni mi mujer ni yo fuimos nunca capaces de recordar el motivo de aquella discusión y el nuevo miembro de la familia se quedó para siempre.

Le puse ese nombre en plan estrictamente descriptivo: al comienzo creímos que era sordo pero sólo se debía a una terrible otitis, además tenía otras infecciones y estaba intoxicado a fuerza de comer basura. En poco tiempo se recuperó de todo eso y muy pronto se ganó la simpatía de la mayoría de los vecinos con su bonachona forma de ser. A pesar de vivir con nosotros nunca abandonó su vocación vagabunda. Solía visitar para cenar y dormir casas de diversos amigos, por aquí y por allá, muchas veces a bastante distancia de la nuestra. Era asombrosa la relación que tenía con Bartolo, un perro que se movía con la misma libertad que él: cuando uno de ellos salía a la calle pasaba a buscar al otro, llamaba a la puerta y se iban juntos a caminar por el barrio.

Al tiempo nos mudamos y en el nuevo vecindario él se hizo conocer incluso antes que nosotros, al punto de que algunos nos llamaban "la familia del Cachivache". Puede haber influido en esa popularidad el hecho de que apenas mudados se cayó desde la terraza y por lo tanto empezó a recorrer la zona con una pata delantera totalmente enyesada. En ese estado todas las mañanas cruzaba una transitada avenida, esperando el semáforo con toda corrección, para saludar a su amigo el carnicero que lo esperaba con una carcasa de pollo reservada para él.

La segunda mudanza lo encontró ya más maduro y sus recorridos se fueron reduciendo. Igualmente nunca renunció a la calle y en los últimos años pasaba horas y horas tirado al sol en los rectángulos de pasto de la cuadra. El 4 de marzo de 2004, casualmente el 11° cumpleaños de mi hijo mayor, volví del trabajo y lo encontré en uno de esos sitios en la misma postura en que solía tomar sol: había muerto de viejo y en su ley. Durante esos 14 años convivió, además de con dos bebés consecutivos, con algún otro perro, con gatos, conejos, un loro suelto en la casa (que jugaba a perseguirlo y morderle la punta de la cola) y hasta un hamster también suelto; con todos se llevó de maravilla y creo no mentir si afirmo que pasó por la vida sin ganarse un solo enemigo. Dicen que los perros se parecen a sus compañeros humanos... ojalá algún día alguien pueda afirmar eso mismo sobre mí.

3 comentarios:

Cinzcéu dijo...

Justo homenaje a un extraordinario perro que desde ahora también está en internet. Si como sugiere una película "todos los perros van al cielo" por qué no pensar que allá tengan conexión a la web y esté riéndose con Bartolo de lo bonito que salió en la foto.

Grismar dijo...

Tenía casi terminado un post sobre Crazy, mi perra, cuando vi el tuyo, que si bien, obviamente, no habla de lo mismo, concluye en una misma idea. Guardaré el mío para dentro de un tiempo, así no me acusan de plagio (teniendo en cuenta que yo no creo en las casualidades estas cosas me ponen en un conflicto).
Los Cachivaches del mundo merecen un homenaje así.

Vitore dijo...

Yo tengo un gato al que no cambiaría por nadie, pero reconozco que cualquier perro; el tuyo incluido; muestra una nobleza sin igual y absolutamente dificil de encontrar en humanos. Una caricia para Cachivache allá donde esté.